Veo la sombra de Zeil deslizarse hasta desaparecer tras la puerta. Me pongo en marcha a buscar a Kenta. No me dejo de repetir que no es más que un niño de once años, no puede ser tan difícil encontrarlo. Siempre me ha gustado jugar al detective, siempre me ha gustado resolver misterios y seguir pistas. Soy listo y es algo que siempre se me ha dado bien. Para evitar los nervios me propongo a mi mismo que es un juego de ese tipo. Busco concienzudo por a habitación haber si hay alguna pertenencia que se haya dejado atrás, pero al visualizar en mi mente al niño recuerdo que no traía más objetos que la ropa que llevaba puesta. Las pertenencias materiales estaban repartidas entre mi alforja, la de Ata y la de Zeil que por su malestar se habían mantenido en el coche.
- "¡¡El coche!!" - pienso para mi mismo. Es lógico que no pretende esconderse sino que desea escapar. Si quiere venganza contra el Primer Gobierno no podrá llevarla a cabo con Zeil cerca. Para huir necesitará víveres y en la alforja de Zeil hay lo suficiente como para sobrevivir hasta llegar al próximo pueblo.
Salgo disparado por los mismos pasillos por los cuales habíamos pasado al entrar. Casi me choco con la puerta al llegar corriendo junto a ella debido a la velocidad que llevaba y a que estaban abriendo la puerta en ese instante. Logro frenar a tiempo y recomponerme para que la persona que empujaba la puerta no me viera en esa situación. La misteriosa persona resulta ser Zeil.
- ¿Cómo saliste...? - pregunto más para mi mismo que para Zeil. No había oído la puerta abrirse en momento excepto ahora y la puerta era grande, pesada y vieja, lo que la hacia muy ruidosa.
- Hay una escala atada en un balcón. También hay huellas que se dirigían al sur, y eran muy parecidas a las de Kenta. - ¡Sur! No puede ser tan estúpido como para encararse al Primer Gobierno de frente y sin apenas conocimiento de lucha. - Voy tras él, no intentes detenerme porque te mataré. - se da media vuelta y comienza su marcha en pos de Kenta.
- No seas tan es estúpido de ir hacia el Primer Gobierno sin más.
- ¿Por qué no? Yo no abandoné mi hogar, como tu. - me quedo de piedra.
- Eres un imbécil, siempre lo has sido, nunca haces nada que no sea lo que tu quieres. - digo cabizbajo y apretando mucho los puños.
- Soy un princ...
- ¡Por esa misma razón deberías pensar más por los demás y menos por ti! Un rey se debe a su pueblo. - recuerdo en ese instante a mi padre diciéndome esas mismas palabras. - Eso deberías saberlo. Haz lo que te dé la gana, pero piensa que siempre estaré allí para traerte de vuelta. - digo convencido, desafiándole con la mirada, como aquella vez cuando eramos pequeños. Él acababa de discutir con el maestro por chorradas y al acabar perdiendo se fue corriendo. Decía que quería irse, que eso todo era una basura. Corrí detrás de él y al encontrarlo medio perdido y llorando me agache junto a él y le tomé la mano. "Prometo no dejarte ir nunca, siempre te traeré de vuelta, Zeil. Eres mi mejor amigo al fin y al cabo." fue la promesa que le hice y mi mayor regla es jamás incumplir una promesa. - Te lo prometí.
- ¿Eh? ¿De qué hablas? - me miro extrañado. Me da mucha rabia que no recuerde nada, lo odio por eso. - Boh, me da igual. Como has dicho voy a hacer lo que me da la gana.
Le vi alejarse por la carretera, aún era de noche pero ya comenzaba el cielo a clarearse. ¡Mierda! ¿Por qué se complica todo? No pienso quedarme sin hacer nada, me niego. no tengo las llaves del coche y andando no alcanzaría al enano de Zeil. Miro a mi alrededor y no hay ningún vehículo que pueda usar. Un relincho me sobresalta, corro a la parte trasera de la iglesia donde hay una cuadra y con mucha seguridad un caballo. Entro y veo a una yegua de color pardo con las crines claras, no puedo evitar sonreir. Busco la silla y la encuentro a unos metros, me acerco a la yegua y se aleja de mi desconfiada.
- No se acercará a ti mientras no te conozca. - oigo la voz de la anciana a mis espaldas.
- Perdone, pretendo devolverla. Pero la necesito. - digo, la anciana resopla y rebusca en su faldón y me tiende una zanahoria.
- Dásela y debes acariciarla en el hocico. Suerte joven. - se da media vuelta y vuelve a la iglesia. Que mujer más extraña.
Hago lo que me dice y el animal se acerca a mi y me permite ponerle la silla y montarla. Salgo de allí a toda velocidad, no es igual que mi caballo pero algo es algo. Decido ir por el bosque, ya que me evitaré a gente y que el animal se asuste por los posibles coches. Cuando llevo un rato cabalgando, subo una montaña y detengo a la yegua, a lo lejos se divisa la iglesia pequeña.
- Lo siento, Ata. Te abandono de nuevo. - me digo a mi mismo. El sol se empieza a vislumbrar sobre las montañas, empieza a teñir los campos de dorado. Adoro el mundo en donde vivo, es cruel pero hermoso.
Continuo mi camino y en unas horas cabalgando llego a ver el Primer Gobierno. Al llegar el sol está muy alto así que ya debemos de rondar el medio día. Veo una gran cantidad de gente entrando en la ciudad con carros y caballos, así que decido camuflarme y me inmiscuyo en la multitud poniéndome la capucha de mi capa por precaución. La multitud se dispersa en una plaza muy próxima al castillo. Debe de tratarse de una feria o un mercado. Me bajo de la yegua y la ato a un poste cercano.
- ¡Zeil, no! ¡¡ZEIL!! - oigo a Ata gritar a mis espaldas. Me giro y veo a Zeil abrazado a Saummus. Imbécil, no lo aguanto y saco mi espada dispuesto a partir a esos dos por la mitad.
- Soy un princ...
- ¡Por esa misma razón deberías pensar más por los demás y menos por ti! Un rey se debe a su pueblo. - recuerdo en ese instante a mi padre diciéndome esas mismas palabras. - Eso deberías saberlo. Haz lo que te dé la gana, pero piensa que siempre estaré allí para traerte de vuelta. - digo convencido, desafiándole con la mirada, como aquella vez cuando eramos pequeños. Él acababa de discutir con el maestro por chorradas y al acabar perdiendo se fue corriendo. Decía que quería irse, que eso todo era una basura. Corrí detrás de él y al encontrarlo medio perdido y llorando me agache junto a él y le tomé la mano. "Prometo no dejarte ir nunca, siempre te traeré de vuelta, Zeil. Eres mi mejor amigo al fin y al cabo." fue la promesa que le hice y mi mayor regla es jamás incumplir una promesa. - Te lo prometí.
- ¿Eh? ¿De qué hablas? - me miro extrañado. Me da mucha rabia que no recuerde nada, lo odio por eso. - Boh, me da igual. Como has dicho voy a hacer lo que me da la gana.
Le vi alejarse por la carretera, aún era de noche pero ya comenzaba el cielo a clarearse. ¡Mierda! ¿Por qué se complica todo? No pienso quedarme sin hacer nada, me niego. no tengo las llaves del coche y andando no alcanzaría al enano de Zeil. Miro a mi alrededor y no hay ningún vehículo que pueda usar. Un relincho me sobresalta, corro a la parte trasera de la iglesia donde hay una cuadra y con mucha seguridad un caballo. Entro y veo a una yegua de color pardo con las crines claras, no puedo evitar sonreir. Busco la silla y la encuentro a unos metros, me acerco a la yegua y se aleja de mi desconfiada.
- No se acercará a ti mientras no te conozca. - oigo la voz de la anciana a mis espaldas.
- Perdone, pretendo devolverla. Pero la necesito. - digo, la anciana resopla y rebusca en su faldón y me tiende una zanahoria.
- Dásela y debes acariciarla en el hocico. Suerte joven. - se da media vuelta y vuelve a la iglesia. Que mujer más extraña.
Hago lo que me dice y el animal se acerca a mi y me permite ponerle la silla y montarla. Salgo de allí a toda velocidad, no es igual que mi caballo pero algo es algo. Decido ir por el bosque, ya que me evitaré a gente y que el animal se asuste por los posibles coches. Cuando llevo un rato cabalgando, subo una montaña y detengo a la yegua, a lo lejos se divisa la iglesia pequeña.
- Lo siento, Ata. Te abandono de nuevo. - me digo a mi mismo. El sol se empieza a vislumbrar sobre las montañas, empieza a teñir los campos de dorado. Adoro el mundo en donde vivo, es cruel pero hermoso.
Continuo mi camino y en unas horas cabalgando llego a ver el Primer Gobierno. Al llegar el sol está muy alto así que ya debemos de rondar el medio día. Veo una gran cantidad de gente entrando en la ciudad con carros y caballos, así que decido camuflarme y me inmiscuyo en la multitud poniéndome la capucha de mi capa por precaución. La multitud se dispersa en una plaza muy próxima al castillo. Debe de tratarse de una feria o un mercado. Me bajo de la yegua y la ato a un poste cercano.
- ¡Zeil, no! ¡¡ZEIL!! - oigo a Ata gritar a mis espaldas. Me giro y veo a Zeil abrazado a Saummus. Imbécil, no lo aguanto y saco mi espada dispuesto a partir a esos dos por la mitad.
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