El castillo estaba vacío sin tantos soldados vigilando cada puerta. Pero se siente acogedor. Despúes de tres meses en una tienda de campaña se agradece el calor de la chimenea, el olor a suavizante en la ropa y ¡oh! por supuesto, la electricidad. Al entrar en mi habitación me doy cuenta de cuanto la hechaba de menos. Corro hacia mi cama y me tiro en ella de un salto. Me río yo solo. La verdad es que me siento un enano al hacer eso, pero bueno, sigo siendo un adolescente aún que me provocaran crecer más rápido que los demás.
Me levanto y voy a aquel lugar. Si, esa baldosa en el suelo que se levanta, cerca de la chimenea. El único lugar de todo el mundo que mi madre no puede controlar. Levanto la baldosa y allí está, tal y como lo recuerdo. El viejo tomo de un cuento muy antiguo. Lo tomo en las manos, aún que las tapas estén descoloridas y apenas se vea la portada, es un objeto muy valioso y perfecto para mí. Recuerdo la primera vez que calló en mis manos. De eso ya hace diez años.
El carruaje freno en un caserío en medio de un bosque. Era muy extraño y tranquilo. El paisaje era completamente diferente al de casa. Los edificios eran raros, y para llegar a la puerta principal había que cruzar un jardín impresionante. En pleno jardín se encontraba un gran estanque que se atravesaba por un puente de madera, curvo y de color rojo. En el agua se podían ver peces de tonos anaranjados y rojos con manchas blancos. Eran de menor tamaño y más delicados que los bacalados que traía padre de sus salidas a la mar.
Recuerdo llegar a la puerta principal muy sorprendido por todo aquel ambiente estraño. Y allí se encontraba un hombre mayor de pelo blanco como la nieve atado con una larga trenza, ojos pequeños y achinados de color oscuro. Vestía con una especie de bata larga y llevaba unos zapatos muy extraños de madera, como chanclas.
- Seas bienvenido, príncipe Nahuel, heredero del clan Saifuche. - su voz era profunda y calmada. Al saludarme inclinó la cabeza y junto sus manos a la altura del pecho. - Espero que le guste lo que ve.
- Es bonito. Una cosa, ¿que hago aquí? ¿Y por qué sus ojos son tan pequeños? - dije curioso.
- Vuestro padre me ha encomendado la labor de entrenaros para que seáis todo un rey y un guerrero el día de mañana. Y mis ojos son así porque soy de la parte oriental de la tierra. Mi procedencia proviene del clan Hikari. Todas las personas que encontréis aqui son de ese clan - hizo un amplio gesto con la mano mientras hablaba. Fijandome mejor vi que todas las personas que había allí tenían unos rasgos de la cara parecidos a los de aquel hombre, pero una diferencia era de que todos tenían el pelo muy oscuro y liso. Los únicos diferentes allí eramos mi cuidador y yo mismo.
- Disculpe mi intromisión. Pero ¿el clan Hikari no se extinguió hace décadas? - comentó mi cuidador.
- Extinguirse no, puesto que está viendo a gente que pertenece a él. Le agradezco que haya traído al muchacho desde las tierras del norte, pero a partir de este momento ya me encargo yo de él. Ya puede retirarse. Joven, sigueme - mi cuidador pegó media vuelta con una reverencia y el hombre mayor hizo lo mismo pero echo a andar en dirección contraria.
Le seguí y me llevó directamente a una habitación llena de libros.
- Ten. Leelo - me tendió un libro de tapa dura y color crema. - Ese es mi primer ejercicio para ti, Nahuel. - me puso la mano en el hombro y acto seguido se dirigió a la puerta.
- ¡Espere señor! - le llamé - No sé cómo debo llamarle.
- Mi nombre es Takumi. Mas tú como pupilo mío has de llamarme sensei. - y salió de la estancia. Me aferré al tomo que me había dado y lo miré por primera vez. El libro era viejo pero en la portada se veían claramente dos dragones hermosos, uno negro y uno blanco. Busqué un lugar cómodo, abrí el libro y me puse a leer la historia que más me había cautivado en mi vida.
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