Me despierto junto con el alba. Asomo la cabeza por la ventana y dejo que el fresco aire matinal me despeine el pelo. Me cambio rápido y veloz y bajo a la cocina corriendo.
- ¡Hola Elva! - saludo a la vieja cocinera al entrar de golpe en la cocina, provocando que se sobresalte.
- Señorito Nahuel, debería de esperar que se le subiera el desayuno a su cuarto. - me dice amenazante con una cuchara de madera.
- Es que tardais mucho y a mi me gusta aprovechar la mañana - me siento en la mesa esperando al desayuno. - Y además me gusta sentarme aqui para oler tu pan dulce recién hecho, sabe mejor el desayuno tan nutritivo que me das.
- Seguís siendo un zalamero. - me sirve un buen bol de leche y dos bollos humeantes. - Ten, sacados del horno ahora mismo. - mete otra horneada, a continuación apoya su gruesa figura en la mesa y me mira. - Nunca cambiareis, os recuerdo de bien pequeño haciendo lo mismo que ahora; llegando con el alba, sentandoos ahí y pidiendome el desayuno.
- Si, bueno... Eres mejor compañía que yo mismo. - le sonrio con la boca llena. Termino de un sorbo la leche y me meto el último trozo de bollo en la boca. - Yo me voy a dar una vuelta antes de que me toque empezar con mis deberes reales.
- Hacéis bien. - cojo mi alforja y me dispongo a salir por la puerta - ¡Nahu! - me llama en el último momento. - Pásalo bien pequeño. - y me lanza otros dos bollos de pan dulce para el camino, como agradecimiento le devuelvo una sonrisa.
Salgo corriendo a los establos a tiempo de que me guardo los bollos en la alforja. Entro en las cuadras, hacia muchísimo tiempo que no pisaba aquel lugar. Mi madre no le gustaba que anduviera con apestodos animales, como decía ella.
Cojo mi caballo favorito, un frisón macho de gran envergadura, Azabache. Le ensillo y me dispongo a salir pero entra mi madre en ese mismo instante.
- Nahuel - me llama indignada.
- Buenos dias madre... - digo con un tono de voz aburrido.
- No deberías de andar con estos apestosos animales. Tienes cosas que hacer cosas. Como preparar el Dereom. - me impide el paso pero intento salir como puedo.
- Madre, - digo suplicante - una vuelta, hace un montón que no cabalgo.
- Ya lo harás después de la fiesta. Ahora suelta a ese amasijo de carne y ven a preparar todo. - pega media vuelta y comienza a caminar, oportunidad que aprovecho para subirme al caballo y echar a galopar para evitarla.
Azabache y yo salimos disparados por la plaza del castillo donde ya se empieza a ver que la celebración de el Dereom va tomando forma. Oigo a mi madre llamarme desde las puertas del establo. Me va a caer una buena al volver. Salimos directamente hacia el bosque. Tardamos un rato en llegar al sitio planeado pero esa sensación de el caballo respirando fuerte entre mis piernas, el viento provocado por la velocidad jugando con mi pelo y el olor a hierba mojada eran unos de mis placeres favoritos. El lugar al que llego es una colina alejada del castillo la cual va a dar al mar.
Ver esa inmensa masa azul y el olor a salitre me trae recuerdos de las pocas veces que fui con mi padre a aquel sitio, cuando todavía disfrutaba de una felicidad infantil e ignorante.
Me como los bollos dulces de Elva y vuelvo al castillo, a mi madre le dará un patatus como no vuelva pronto.
Llegamos al castillo antes de lo previsto y llevo de inmediato a Azabache al establo.
- ¡Nahuel! No me puedo creer que me hayas desobedicido tan descaradamente. - dice mi madre entrando por la puerta hecha una furia, sin apenas darme tiempo de desensillar al caballo. - No te enseñé de esas formas. Tienes un castillo que preparar y un reino que gobernar, así que ¡deja al animal y ponte a hacerlo!
Dejo de hacer lo que estoy haciendo y salgo cabizbajo, odio ser príncipe. Yo nunca deseé ser rey o príncipe, nadie me preguntó si quería serlo. Ver a los jóvenes aldeanos divirtiéndose desde la ventana y entender que tu nunca podrás hacer eso de ir a tus anchas, la verdad, daría lo que fuera para ser uno de ellos.
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