- ¡¡Buenos días, hijo!! - irrumpe mi madre muy temprano en mi habitación, armando jaleo, abriendo todas las persianas de par en par y arrancandome de mi soñar de una forma muy poco placentera. - ¡Hoy es el día! Comienza el Dereom. Despierta y arreglate bien guapo para el evento, quiero que sea inolvidable ésta fiesta.
- Mamá... - protesto inmerso en las sábanas, pero mis intentos de evitar deslumbrarme son en vano ya que mi madre me quita toda posibilidad de quedarme en cama cuando me destapa completamente.
- Arriba, jóven. - me ordena. Aún dormido me obligo a obedecer y me levanto bostezando - Bien. Nahuel, Elva te ha traido el traje que has de utilizar hoy. Póntelo y baja a desayunar al salón real. Hoy no desayunaras en la cocina como un mozo de cuadra, ni llevarás esa andrajosa vestimenta.
- ¡Eh! Que a ti no te guste no quiere decir que a mi no m guste vestir así y desayunar como un mozo de cuadra. - protesto
- Hoy estoy demasiado felíz como para discutir sobre eso. Cambiate, arreglate y baja.
Y sale de la habitación, dejandome solo. Miro hacia la ropa que me he de poner para la ocasión. Solo se la puede describir como horrible. Aquel traje se componía de una chaqueta oscura, un pantalón pirata a juego, camisa blanca con en el cuello un pañuelito, mocasines y leotardos blancos... ¡¡Leotardos!! Si no fuera por la mirada ilusionada de mi madre quemaría esa ropa en ese mismo momento.
Salgo de la habitación según termino de arreglarme, mi madre me ve y con un sonoro "¡Pero qué guapo está mi niño!" me deja en ridículo aún más que llevando esta ropa feisima. Ya la situación no va a empeorar así que me resigno y después de un paseo por todo el recinto durante todo el día donde se celebra la fiesta, como es costumbre, nos dirigimos al palco real al anochecer, donde veremos la mejor parte del Dereom: el combate de gladiadores. Consiste en dos prisioneros condenados, los cuales pelean en una arena hasta que uno de los dos cae, todo método está permitido.
Me siento esperando divertirme más que en todo el día. La gente grita apasionada haciendo que el eco retumbe en las antiguas paredes. Comienza el combate, la campana suena y los gladiadores salen a la arena. El primero de ellos es un hombre de gran estatura, de unos dos metros y además muy feo. Éste se regodea en los vítores de la gente. Al segundo gladiador lo tiran a la arena desde dentro de una de las puertas. Es un muchacho, no mucho más mayor que yo, lleva un casco que le tapa la cara y su cuerpo es bastante musculoso. Coge el arma que se le proporcionó y mira la arena, supongo que para reconocer el terreno. De repente se dirije a una puerta corriendo en la que hay un niño, no se escucha lo que se dicen pero el niño parece muy asustado.
- ¡Gusano! - le grita con una voz grave el gigante a su contrincante. El joven se gira, tarda segundos en reaccionar, pero finalente se coloca en posición de ataque. La gente sigue con sus vítores escandalosos, se hace difícil entenderlos.
- Venga pulga, vamos a jugar - le dice el gigante al chico.
-Vale orco, pero te advierto de que siempre gano a este juego. - replica el joven. Algo me mosquea, conozco esa voz, está cambiada pero es la misma voz.
El pequeño, en comparación a su contrincante, corre hacia su enemigo y salta sobre el gigante con gran agilidad y se cuelga del cuello, haciendo así que el enorme hombre se canse más rápido. Pero la jugada no debe de salir como el joven pretende porque el gigante le golpea repetidas veces contra la pared. El joven cae exhausto y el gigante se hace con una piedra enorme y avanza amenazante hacia el muchacho. Este se levanta de un salto y con gran rapidez le hace un corte en las piernas, lo suficientemente profundo para que el gigante caiga. El pequeñin coge la espada y le propina un golpe seco en la nuca al gigante con el mango, lo que hace que quede inconciente. El joven, contra todo pronóstico, se proclama el ganador. Caminando con chulería se coloca en el centro de la arena y levanta la espada victorioso.
Me quedo de piedra. Solo conocí a una persona en toda mi vida que tenga esa habilidad de análisis en la lucha tan desarrollado, esa agilidad ignata y ese afán de protagonismo al vencer una pelea...
- ¿¡Zeil!?- exclamo. Ahora me doy cuenta de que los gritos de la gente vitorean puede que sean para el príncipe del Primer Gobierno, mi mejor contrincante y mi mejor amigo de la infancia.
Zeil corre hacia la puerta en la que está ese niño, pero ni tiempo le da a hacer nada ya que el gigante vuelve a la carga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario